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lunes, 15 de octubre de 2012

Avicena y averroes

El maravilloso edificio de la filosofía occidental se ha construido a veces con piedras orientales, joyas que engastan extraordinariamente bien en nuestro edificio y que, sin embargo, nos revelan la existencia de otra tradición que, puede a veces hablar como nosotros, pero no ser la nuestra.

En la mayoría de los manuales de filosofía los nombres del persa Avicena (980-1037) y del Cordobés Averroes (1126-1198) aparecen enhebrados junto con los nombres cristianos y judíos del periodo medieval, pero creemos que ellos merecen ser traídos a nuestra sección de “Filosofías del Mundo” porque nos enseñan un acercamiento oriental a la filosofía griega, muy circunscrito a una versión del monoteísmo, la del Islam, y siguen siendo brotes de referencia para una cosecha de racionalidad que aún espera su reimplantación y buenos frutos en no pocos territorios islámicos. La obra de Avicena fue la primera presentación que el aristotelismo como sistema tuvo ante los pensadores occidentales del Medioevo.

Se trataba, como no fue nunca inusual, de un médico filósofo. Gracias al trabajo en Toledo de Domingo Gundisalvo y la escuela de traductores, pudieron presentarse sus escritos, bajo el elocuente título “El libro de la curación” hacia 1180. Se trataba de toda una Metafísica que, como rezaba el título, debía estar destinada a curar las almas de sus lectores heridas de fanatismo o irracionalidad.

Avicena siguió de modo muy “sui generis” a Aristóteles, porque el sistema del Estagirita no decía nada del origen de las cosas y desarrollaba una doctrina muy alejada de un Dios creador bondadoso y providente. Por eso, la mezcla que realizó el persa entre pensamiento aristotélico y neoplatónico fue la clave de su éxito. Se colocaba a la Razón en lo más alto de la escala de los seres, llamándolos a todos, a aquellos que había creado, a su perfección. Avicena nos habla de la distinción entre el ente concreto y su esencia abstracta. La esencia no exige la existencia. Y en el ente real es preciso distinguir entre lo necesario (Dios) y lo posible o contingente (los seres del mundo).Es a través de la “cadena de las cosas” como llegamos al ente necesario. El mundo en cuanto tal es a la vez contingente, en tanto que creado, y necesario porque ha sido creado por emanación sucesiva de las inteligencias nacidas de Dios (claro brote neoplatónico). De este modo, Avicena influye en Tomás de Aquino, Buenaventura y Duns Escoto, pero él pretende salvaguardar, ante todo, la libertad, unicidad y poder creador de Alá, el Sumo Hacedor y la Suma Razón.

Por su parte Averroes podemos decir que tiene más fe en la razón (que para él está representada por Aristóteles) que en la fe islámica, o al menos eso se deduce de su creencia aristotélica en la eternidad del mundo y la mortalidad del alma humana. En el corazón de la cultura árabe española, que era la más importante del mundo en su tiempo, en connivencia con otras visiones de lo humano y lo divino, en conflicto siempre con el poder que no deja pensar libremente y que terminará por exiliarlo a Marruecos, donde morirá en 1198, Averroes se presenta como “el Gran Comentador” de Aristóteles, quien quiere desbrozar al Estagirita de la hojarasca platónica añadida por Avicena, aun a costa de que esto le cueste la misma fe.

Para Averroes la doctrina de Aristóteles “es la verdad suprema”. No existe una “doble verdad”, como luego el “averroísmo latino” querrá defender, sino que, ante una verdad de fe que contradiga la verdad de razón, hay que optar por la razón siempre. Las verdades del Corán no son para Averroes la verdad que puede causar la quema de bibliotecas, como la de Alejandría, que no contengan supuestamente su verdad o sean superfluas por contenerla ya el Libro Santo. Más bien el Corán se escribió para guiar a las mentes sencillas a la racionalidad y la filosofía se encarga ahora de sistematizar con rigor la verdad que nos llega también por ella de la providencia divina. El Primer Motor no es para Averroes una causa eficiente, como sí lo era para Avicena y lo será para el Aquinate.

El Primer Motor mueve hacia la finalidad al Universo, es un “atractor universal”, no ha sido su creador, ya que el universo es eterno. Además, el intelecto humano es uno e inmortal, el que corresponde a todos los humanos, mientras que el de cada humano es mortal y perecedero. El alma inmortal es una especie de “mundo o realidad 3″, como diría Popper, esto es: el mundo inmortal de la cultura y las creaciones de los hombres, que, sin duda, les dan a estos últimos un carácter de limitada inmortalidad individual. Tal vez en Averroes la interpretación de su negativa a la inmortalidad del alma individual es más mística que materialista: la animalidad se une en el hombre al intelecto sublimando sus instintos por los logros de la cultura; pero en el ambiente en que cayó, en un occidente volcado ya a la vida mercantilista y burguesa que anuncia la importancia del capital y el dinero, y con ello la posibilidad de un progreso y comodidades generalizables, el averroísmo se encontró con una interpretación claramente hedonista. Todo discurso sobre la muerte y sus consecuencias se convertirá así en mera ficción. En el movimiento continuo de la materia y la naturaleza que se transforman radical y continuamente el individuo humano representará una aparición maravillosa, pero fugaz, que contribuye, junto con otras individualidades, a crear un mundo cultural de carácter más estable que él mismo.

Nos encontramos, por tanto, con dos personalidades diferentes, unidas por la pasión por la verdad. En Avicena prima la Divinidad, como instancia ordenadora de la Creación y dadora de sentido a un mundo que se entiende en “sometimiento” (islam) a la única Verdad que lo copa todo en su ser imprescindible. Es el orden creado el que plantea orden en el alma personal y la llega a “curar” de sus extravíos.

En Averroes, también médico con intención de curar más allá de lo corporal, nos encontramos con el hombre que lucha por la Verdad que haya en la razón humana, iluminada por la filosofía. No hay ser supremo para el hombre sino su propio intelecto que está al servicio de la humanidad y en cuyo esfuerzo no se permite ninguna tregua. Se cuenta que Averroes dejó de estudiar una sóla noche en su vida y fue la noche de bodas. Cuando uno pasea por las murallas de Córdoba, desde la estatua de Séneca a la de Averroes, no puede por menos de asombrarse de las murallas de la intransigencia que todavía perviven entre nosotros. Tal vez algún día pueda el islam hablarnos de nuevo sobre el amor a la razón y a lo razonable en una renovada época de esplendor.

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